ARIGATOO
(Gracias)
Watashiba
Oscar Pinto desu, hajimemashite, doso yoroshiku. Esas fueron para las primeras palabras en japonés que aprendí. Significa:
Me llamo Oscar Pinto, mucho gusto de conocerlo.
¿Por que
aprender japonés? Esa fue la primera pregunta que me hizo mi madre el
día que me aparecí en casa con un folleto del Instituto Cultural Peruano
Japonés. Creo que todo comenzó muchos años antes, cuando a los doce años
en plena fiebre de los héroes de los niños nipones Ultraman y Ultra Siete,
fui a mi dentista quien era un nisei. Él tenía en su consultorio revistas
sobre estos personajes, pero ¡oh desgracia!: todas estaban en japonés.
Desde ese
día siempre me llamo la atención los hiraganas y kanjis del este idioma.
Ver esos garabatos incompresibles que decían algo, fue una de las incógnitas
que siempre guarde para mi.
Paso el
tiempo, la universidad y el trabajo marcaron las pautas de mi vida pero
el deseo de saber estaba dentro de mí. Armándome de valor y con mucha
ilusión me matricule en el instituto a pesar de los ruegos de mi madre
que me pedía que aprenda inglés.
El primer
día de clase fue para mi todo un acontecimiento. Por fin podría descifrar
los ideogramas que tanta curiosidad me producían. Llegue quince minutos
antes, el salón estaba vacío, las paredes lucían con laminas de hiraganas,
un mapa de Japón y unos afiches de Kioto. Contra toda costumbre me senté
primero. Pasaron minutos y llegaron los que serian mis compañeros de clase.
A excepción de una chica, que luego fue mi amiga Celeste, todos tenían
ojos rasgados.
5:30 pm,
en punto hizo su ingreso mi profesora. Akamine sensei, era una mujer madura,
alta, delgada y simpática, con una sonrisa enorme que contrastaba con
sus ojitos rasgados. Akamine empezó la clase con un japonés fluido, nada
en español, de entrada me sentí como pez fuera del agua.
Pasaron
los tres meses que duraba el ciclo, todos los días llegaba primero, con
mucho esfuerzo hacia los trabajos pero en los exámenes la realidad era
dura. Tres notas debajo del promedio me condenaron a ser el único del
salón que réprobo el nivel A-1. Ese día recibí mi primera lección de vida
que me marco profundamente. En el salón luego de saber las notas mi sensei
repartió premios a todos los que habían destacado en algo: premio al que
hablaba mejor, premio a la más alta nota, premio al que nunca había faltado
y había hecho todas las tareas: Pinto san. Si yo recibía un premio, estaba
desaprobado pero me otorgaban un premio, la profesora reconoció mi esfuerzo,
no lo niego, una lagrima corrió por mi mejilla y aun corre al recordarlo.
Primera vez que veía el reconocimiento al esfuerzo del que no llega a
la meta.
Salí del
instituto tan triste que no me di cuenta que mi sensei venia tras mío.
- ¡Pinto san, Pinto san! - me llamaba. Iba a recibir la segunda
lección.
- Pinto san, yo humildemente
le pido disculpas porque usted ha desaprobado el curso. Dijo mientras
se tomaba las manos e inclinaba la cabeza.
- No, sensei,
no se preocupe, yo he sido mal alumno. Usted no tiene la culpa. Respondí
asombrado por su actitud que no se ajustaba a la de ningún profesor
conocido por estos lares.
- No, Pinto san,
yo he sido mala profesora. Pero ¿por qué aprende usted japonés?, ¿Quiere
ir a Japón?
- No, nunca soñé ir
a Japón, solo quería aprender, tengo curiosidad por el idioma. - Y le conté mi historia.
- Ahh, ya entiendo,
Corazón quiere aprender, pero cabeza no puede.
Me sonreí,
mi sensie en su remendado castellano graficaba lo que me sucedía. Luego
me pidió que no me rindiera, que siguiera estudiando. Yo tenía la voluntad,
pero el hecho de ni siquiera haber escuchado el idioma era un limitante
para mí. Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma, tan dolida
por el fracaso. Ella comprendía que su deber era hacer que los alumnos
aprendieran, y se sentía afectada en su orgullo personal. Que diferencia
con lo que vivimos en el Perú, pense.
El siguiente
ciclo regrese, volví a estudiar con otra profesora, pero esta vez si aprobé,
Akamine sensei donde me encontraba siempre me ayudo. Su paciencia y dedicación
desinteresada es una de los detalles que me mostró el lado humano de la
docencia. Yo aprendí por ella. Aprendí a no rendirme y que siempre todos
las personas tienen habilidades que hay que saber apreciar. Me enseño
a que el proceso de aprendizaje a diferencia de nuestra realidad debe
incluye a dos personas, el docente y el alumno. Y que si hay alguna falla
esta puede venir de alguno de los dos. Es decir: ella asumía su responsabilidad.
Termino esta parte de mi historia con un: Arigatoo, sincero a quien me
enseño a enseñar.
ARIGATOO
2
Después
de mucho batallar llegue al nivel A-6. Lo había logrado contra viento
y marea.
De pronto
me di cuenta de que iba a recibir mi diploma escrita en japonés, un diploma
donde diría que yo, Pinto san había logrado pasar con mucho esfuerzo los
seis niveles del idioma. Era época de Navidad y ese sería mi regalo personal.
De pronto
me sentí a punto de tocar el cielo. Durante el tiempo que había pasado
en el instituto logre que muchas sensei me tomen cariño. Llegue a tener
una amiga por correspondencia en Tokyo con quien practicaba mi escritura
mientras le escribía cartas.
Los tres
exámenes fueron una victoria, 15, 17 y 18 sobre 20 hicieron que pensara
ya como llegar a casa con mi diploma para enseñársela a mi madre. Quien
me enseñaba ahora era Sakai sensei, ella era mucho mayor pero su alegría
mostraba que la edad esta en el corazón.
Pero fue
allí que llego lo que nunca esperaba. Faltaba todavía el examen final,
esa nota era sobre 100 y si aprobaba mi diploma podía considerarla colgada
en la pared de mi sala. Pero sucedió lo inesperado, ese día se me nubló
la memoria, sabía todo pero a la vez no sabía nada.
El día que
nos devolvieron las pruebas el resultado fue duro: obtuve un puntaje de
46. Estaba condenado.
Con la mirada
gacha escuchaba como la sensei resolvía la prueba, me sentía tan mal,
la victoria se me había escapado de las manos, ya casi la había tocado
pero el destino otra vez me era adverso.
A mi lado
los murmullos sonaban con fuerza, era el único del salón que había desaprobado.
Las miradas de esos ojitos rasgados taladraban mi honor.
De pronto
la sensei termino y dijo: Bueno ahora ya todos pueden pasar una buenas
fiestas porque todos han aprobado.
De golpe
todas las miradas se dirigieron a mi.
-Si, - dijo la sensei- no se asombren todos han aprobado, hasta Pinto san
aprobó.
La risa
exploto, ese: "hasta Pinto san" fue tomado como burla, ella
prosiguió.
- No, no se rían.
Ustedes no saben la historia de Pinto san. Él desde nivel A-1, viene
todos los días temprano, hace sus tareas con mucho esfuerzo, Pinto san
no tiene familia japonesa, él no quiere ir a Japón, el aprende porque
desea saber.
- Pinto san, ha tenido
este ciclo buenas notas, pero en último examen tuvo mala suerte. Pero
para mi, él ha sido buen alumno, es por eso que yo lo apruebo. Pinto
san, su esfuerzo yo lo reconozco. Yo lo apruebo Tomo el corrector,
borro la nota y la cambio por el promedio de mis exámenes.
Yo estaba
helado, la emoción que sentí es algo difícil de describir. Un par de lagrimas
bailaban en mis ojos tratando de no caer. Creo que nunca espere eso. Casi
había llegado a la cima, me caí antes de llegar pero alguien me dio la
mano. Increíble.
Sakai sensei
falleció un año después. Ella nos decía que porque nos vamos del país.
Que Japón nos da apoyo en becas no para que nos vayamos a vivir allá,
sino para que aprendamos y regresemos a poner en práctica lo aprendido.
Una frase que nunca olvidare fue: "Como quisiera tener Japón
un poquito de Perú". El Perú era para ella un país con el problema
de que sus ciudadanos trataban de ser cada día menos peruanos. "Al
peruano le fastidia ser peruano, en cambio el japonés orgulloso de ser
japonés desde pequeño" decía.
Los años
pasaron, deje de estudiar japonés por razones económicas pero siempre
lleve en el corazón lo que aprendí de todas las sensei. De todas maneras
de vez en cuando surgía la pregunta de algún amigo ¿por qué estudiaste
japonés?
Hoy siendo
profesor de fotografía en la Universidad Nacional Agraria La Molina llego
al salón una becaria japonesa. Yuki san no sabe casi nada de español,
pero tiene muchas ganas de aprender.
Cuando la
veo a ella me veo a mi. Y estoy dándole la misma paciencia y compresión
que me dieron mis buenas sensei. Ahora puedo recordar el japonés que estaba
olvidando, y su presencia es un acicate para ser más didáctico y tratar
de dar lo mejor de mi. La vida da vueltas. Paradojas del destino.
Si no hubiera
pasado por el Instituto Cultural Peruano Japonés, creo que no comprendería
lo difícil que es estar en un lugar donde se habla otro idioma. Allí aprendí
muchas cosas: solidaridad y paciencia. Y recibí apoyo, cariño y comprensión.
Si no hubiera pasado por allí no sabría la responsabilidad que adquiere
el profesor con el alumno. En otras palabras "enseñar más con amor
que con sabiduría" porque lo que se aprende con amor queda toda la
vida, y ese es el fin de la docencia: que los alumnos aprendan.
Tal vez
si Yuki no aprende fotografía le dire: "Yuki san, humildemente
le pido disculpas por haber sido mal profesor". Les prometo
que tratare que eso no suceda.
Han pasado
muchos años, pero el recuerdo de Sakai sensie vive dentro de mi. Ahora
si la tuviera de nuevo frente a mi le diria:
Sakai
sensei: Ahora ya sé porque estudie japonés.
Domo arigatoo
gozaimasu.
Oscar Pinto Sánchez
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